Apostaría que toda vez que pensamos en esculturas procedentes de la Grecia o Roma antiguas, tendemos a imaginamos figuras de un blanco inmaculado. Sin embargo, tal como aparece documentado en la decoración de la cratera de mediados del siglo IV aC que acompaña este texto, exhibida en el Metropolitan Museum of Art de New York, lo cierto es que los escultores pintaban sus obras.
La evidencia arqueológica confirma plenamente dicha práctica ya que un número sumamente significativo de piezas ha presentado restos de policromía. Un caso paradigmático es el del templo de Afaia en la isla de Egina, Grecia, datado hacia el año 500 antes de Cristo: sus frontones se encontraban decorados con escenas de la guerra de Troya cuyos personajes exhibían claros restos de pigmentos azules y rojos.
En el año 2006, el matrimonio de los arqueólogos Vinzenz Brinkmann y Ulrike Koch efectuó estudios de estas figuras, y particularmente del arquero del frontón del templo de Afaia, empleando alta tecnología, y confirmó que la escultura había estado íntegramente pintada en una notable gama de colores, diseños geométricos y elementos decorativos. Decidieron entonces emprender una reconstrucción en yeso de dicha escultura para mostrarla conforme lo que pudo ser su policromía original. La reproducción fue exhibida inicialmente en la Glyptothek de Munich, donde se encuentra por cierto el original de la obra en cuestión. Poco a poco los Brinkmann fueron elaborando una significativa colección de versiones policromadas de diversas esculturas que actualmente integran una exposición itinerante denominada “Dioses en color”.