La basílica de San Clemente
en Roma es un templo del siglo XII situado a escasa distancia del Coliseo. Pero
algunos de los elementos más destacados de este edificio no son visibles a
primera vista, sino que se encuentran “escondidos” en el subsuelo.
En 1857, el dominico irlandés Joseph Mullooly –en
aquellas fechas prior de San Clemente–, decidió iniciar unas excavaciones para
sacar a la luz el antiguo templo de época paleocristiana que, gracias a
diversas fuentes históricas, se sabía descansaba bajo los cimientos de la
actual basílica. El padre Mullooly logró su objetivo, pero además hizo otros
hallazgos que nadie esperaba. Además de los restos del templo paleocristiano
del siglo IV, los trabajos detectaron otros dos niveles inferiores, uno
correspondiente a casas romanas destruidas durante el incendio de Nerón y otro,
más importante, correspondiente al siglo II. En este estrato intermedio,
aparecieron una mansión donde al parecer se celebraron reuniones de cristianos
primitivos y también un bloque de “apartamentos”, en el que aguardaba una
sorpresa aún mayor: un spelaeum o santuario dedicado al dios Mitra, en el que
los miembros de este culto mistérico celebraban sus ceremonias secretas y sus
ritos iniciáticos.
De los variados cultos mistéricos que florecieron en
época grecorromana (como los de Eleusis, Dionisios, la Magna Mater o Isis), el
más singular y misterioso de todos ellos fue, sin duda alguna, el mitraísmo.
Las llamadas “religiones de Misterios” se caracterizaban por ser cultos de
carácter esotérico e iniciático, en los que se celebraban ritos secretos cuyas
enseñanzas sólo podían ser aprendidas por los iniciados. Por desgracia, los
detalles concretos sobre los rituales, iniciaciones y doctrinas de estos cultos
son en la mayoría de los casos muy escasos, en gran medida a causa del carácter
esotérico y secreto de dichas prácticas. En el caso del mitraísmo, esta
ausencia de información es mucho más acusada, pues los especialistas únicamente
cuentan con referencias difusas y poco fiables recogidas en muchos casos por
autores cristianos que atacaban sin piedad las creencias y prácticas mitraicas,
que se iniciaron en torno al siglo I a.C. y tuvieron su mayor apogeo a finales
del siglo II y comienzos del III, para desaparecer por completo en las
postrimerías del siglo IV.
Por este motivo, los historiadores de las religiones
cuentan únicamente con la iconografía reflejada en las obras de arte
encontradas en algunos mitreos para intentar develar el contenido religioso y
las doctrinas del mitraísmo. Pese a las dificultades, los investigadores han
logrado reconstruir, con cierta fiabilidad, el relato mitológico asociado a
Mitra, y con él las posibles ceremonias realizadas en estos santuarios.
Según dicha mitología, Mitra –representado como un joven
tocado con un gorro frigio y provisto de un puñal– habría nacido de una roca,
tal y como representan numerosos relieves, como el conservado en uno de los
nichos del mitreo de San Clemente. Siguiendo órdenes del dios Apolo enviadas
por un cuervo (uno de los animales que aparece representado siempre junto a
nuestro protagonista), Mitra recibió el encargo de encontrar y sacrificar a un
toro que poseía el don de la fertilidad y la vida.
Cuando finalmente lo localiza, Mitra consigue dar muerte
al animal, derramando su sangre vivificadora sobre la Tierra, llenándolo todo
de vida. Al olor de la sangre, otros animales acuden al encuentro de la bestia
moribunda: un perro, una serpiente y un escorpión (este último suele ser
representado agarrando con sus pinzas los testículos del toro) Esta escena de
la muerte del toro, conocida como tauroctonía, aparece una y otra vez en todos
los mitreos hallados hasta la fecha.
Tras el sacrificio, Apolo se
unió a Mitra para celebrar la victoria, festejándola mediante un banquete. Este
punto del relato parece ser uno de los momentos importantes de los cultos
mitraicos, pues en los santuarios –como es el caso del triclinium de San
Clemente– suelen encontrarse bancos corridos de piedra a ambos lados del altar,
que al parecer eran ocupados por los iniciados durante la celebración de un
banquete ritual. Después de la celebración, las escenas de las piezas de arte
mitraico representan a Mitra subiendo a un carro con Apolo, siendo transportado
directamente a los cielos.
Junto a este carácter fertilizador de Mitra, los
especialistas coinciden en señalar que estos Misterios tuvieron un fuerte
simbolismo cósmico. Esto es especialmente detectable en la forma y disposición
de los propios mitreos, siempre recintos en forma de caverna subterránea, con
techos abovedados, que aluden sin duda al Cosmos. Este mensaje está remarcado
en muchos mitreos, como ocurre en San Clemente, pues la bóveda aparece decorada
con estrellas –hoy muy difuminadas– que representan el firmamento. En otros
casos, los astros aparecen plasmados en la túnica del propio Mitra.
Vista interior del mitreo de San
Clemente (Roma).
Por otra parte, muchos relieves mitraicos muestran,
además de la habitual tauroctonía, la representación de dos figuras masculinas
que portan antorchas: Cautes y Cautopates. El primero sostiene la antorcha
apuntando hacia arriba, simbolizando el “ascenso” del sol que se inicia con el
solsticio de invierno, mientras que el segundo señala con su antorcha hacia
abajo, representando el solsticio de verano y el comienzo del “declive” del
sol, con el que Mitra –dios de luz– se identificaba.
En otras ocasiones, Cautes y
Cautopates van acompañados de un toro y un escorpión,
representando entonces las fechas de los equinoccios. A todos estos detalles
hay que sumar representaciones del sol y la luna, además de los doce signos del zodíaco.
En función de estas escenas y siguiendo la historia
mitológica reconstruida gracias a la iconografía, los investigadores
concluyeron que Mitra era considerado el dios responsable del movimiento de las
estrellas, y que su hazaña del sacrificio del toro permitió la fertilidad,
regeneración y revitalización del Cosmos, como parece demostrar una frase
descubierta en otro mitreo, el de Santa Prisca: “Y él nos salvó mediante el
riego de la sangre eterna”.
Durante décadas, tal ha sido la interpretación defendida
por la mayoría de lo historiadores. Sin embargo, en las últimas décadas del
siglo pasado, varios profesores universitarios plantearon una hipótesis
fascinante. En 1989 uno de ellos, el orientalista David Ulansey, publicaba un
artículo en la revista Scientific American, en el que defendía que las
representaciones de la tauroctonía, como la que puede contemplarse en San
Clemente, eran en realidad un “mapa estelar” en toda regla.
Según Ulansey, el sacrificio del toro no representa un
episodio puramente mitológico, sino un fenómeno astronómico cuya existencia se
descubrió, precisamente, coincidiendo con la aparición del culto mistérico de
Mitra: la precesión de los equinoccios. La precesión de los equinoccios
consiste en que el eje de rotación terrestre sufre una especie de “bamboleo” lo
que motiva que el ecuador celeste se “bambolee” también, provocando un
alteración de la posición relativa del ecuador y la eclíptica (la línea
imaginaria que recorre el sol durante un año respecto del fondo de “estrellas
fijas”). Por este motivo, cada año, el equinoccio se produce un poco antes. Se
trata de un proceso muy lento, que tarda en completarse algo más de 25.000
años, pero que cambia irremediablemente el aspecto del firmamento. Así, según
Ulansey, aunque en la actualidad durante el equinoccio de primavera el sol se
encuentra en la constelación de Piscis, en época romana estaba en Aries y, en
torno al 2000 a.C., se encontraba en Tauro. Y ahí, según el estudioso
estadounidense, está la clave de la tauroctonía representada en San Clemente y,
por consiguiente, el secreto de los Misterios de Mitra.
Aproximadamente hacia el 125 a.C., Hiparco de Nicea
descubrió la precesión de los equinoccios. Vio que la esfera de las “estrellas
fijas” se “bamboleaba” y determinó que algo o “alguien” era el culpable. En
opinión de Ulansey y los defensores de esta hipótesis, Mitra sería dicha
fuerza: un nuevo dios tan poderoso que era capaz de “mover” el universo. Pero,
¿en qué se apoya exactamente Ulansey para defender la “teoría estelar”? Si nos
fijamos en las imágenes de la tauroctonía con los datos ofrecidos por Ulansey,
los animales y los objetos allí representados adquieren otra lectura: el toro,
el perro, la serpiente, el escorpión, el cuervo, el propio Mitra e incluso una copa y el león
que también aparecen en ocasiones sería representaciones de las constelaciones
de Tauro, Canis Minor, Hidra, Escorpio, Corvus, Perseo, Crater y Leo.
Excepto esta última, todas estas constelaciones se
hallaban en el ecuador celeste cuando el sol se encontraba en Tauro durante el
equinoccio de primavera, en torno al 2.000 a.C. De este modo, según Ulansey, la
tauroctonía significaba “el fin del reino del toro (Tauro) como la constelación
del equinoccio de primavera y el comienzo de una nueva era. Las otras figuras
de la tauroctonía representan todas las constelaciones cuya especial posición
en el cielo también terminó por la fuerza de la precesión. Matando al toro,
Mitra estaba moviendo todo el Universo.
Aunque algunos autores, como
el experto Walter Burkert, no ven clara esta interpretación, la hipótesis
“estelar” cuenta con otras evidencias notables que la apoyan. De hecho, los
estudiosos saben perfectamente que la astrología jugaba un papel importante en
muchos iniciados en el mitraísmo. Así se desprende, por ejemplo, de varias
inscripciones encontradas en distintos mitreos. En una de ellas un iniciado es
recordado como studiosus astrologiae (estudioso de la astrología), mientras que
en otra, un Pater (el grado más alto dentro de los Misterios mitraicos) llamado
Nonius Olympius es descrito como “devoto del cielo y de las estrellas”.
En definitiva, lo más probable es que las distintas
lecturas iconográficas de las obras mitraicas sean a un mismo tiempo correctas
y complementarias, tal y como señala la historiadora italiana Luisa Musso: “Un
intento por leer la tauroctonía revela una imagen con muchos significados, que
puede ser entendida a distintos niveles. De una forma u otra, y mientras
avanzan las investigaciones, lo único seguro es que este misterioso culto
desapareció a finales del siglo IV, víctima de sus propias características y
del creciente poder de su gran enemigo: el cristianismo. El éxito de los
seguidores de Cristo terminó por sepultar –en el caso del mitreo de San
Clemente de forma literal– a los Misterios de Mitra, cuyos secretos continúan
hoy lejos de haber sido develados por completo.