Cinco retratos de mujeres llenan las paredes de la Sala de las Mujeres de la Casa de Sefarad, en la ciudad de Córdoba, España. Son obra del pintor contemporáneo José Luis Muñoz y se percibe en ellos una peculiar estética que evoca tanto el simbolismo como el renacimiento.
Y una de las mujeres retratadas por Muñoz es Wallada, princesa de la dinastía Omeya, toda una mujer "fatal", bella, culta e independiente, famosa por su tormentoso idilio con el poeta Ibn Zaydun, máxima figura de la lírica amorosa de su tiempo. Y ese "tiempo" se remonta a mil años atrás, en plena Edad Media, y hacia la misma época que la poesía trovadoresca también "arrasa" en las cortes de Occitania.
Wallada, “la que alumbra”, era en efecto hija del califa omeya de Córdoba con una esclava cristiana. Rubia, de piel clara y ojos azules, Wallada ama la poesía, y borda sus versos en las orlas de sus túnicas con hilos de oro. Al morir asesinado su padre, y con apenas 17 años, adviene su única heredera, lo que le brinda la posibilidad de abrir un salón literario donde las competencias poéticas entre hombres y mujeres desafían las convenciones sociales de la época. Allí, justamente, en uno de esos certámenes, lo que empezó como un choque de vanidades con Ibn Zaydun, un intelectual elegante y atractivo, se transformará rápidamente en un amor tempestuoso, reflejado por los recíprocos poemas que se dedican los amantes, y que relatan la historia desde la impetuosa sensualidad de su amor inicial hasta la traición de Ibn Zaydun, y la cárcel y el exilio que sufrirá en consecuencia.
Unos 350 metros más al sur, en dirección hacia el Guadalquivir, el Monumento a los Amantes, levantado en 1971, representa tan solo con la forma de dos manos que apenas se rozan, los placeres y desdichas del amor. Un poema de Wallada y uno de Ibn Zaydun, ambos en castellano y en árabe, evocan su romance, versificado con pasión, hace más de mil años.